Resumen:
|
Humanae vitae fue publicada por vez primera el 25 de julio de 1968. En esta encíclica se reafirmó el punto de vista tradicional de la Iglesia católica sobre el matrimonio y las relaciones conyugales y la condena permanente del control de la natalidad artificial. Hubo dos comisiones papales y numerosos expertos independientes que investigaron los últimos avances de la ciencia y la medicina sobre la cuestión del control de la natalidad. Las opiniones expresadas de Pablo VI reflejan las enseñanzas de sus predecesores, sobre todo de Pío XI, Pío XII y Juan XXIII, y que nunca han cambiado, ya que en repetidas ocasiones se indicaba aquello en los primeros años de su pontificado.Para el papa, las relaciones conyugales cristianas son mucho más que una unión de dos personas. Constituyen una unión de la pareja amorosa con un Dios amoroso, en el que las dos personas crean una nueva persona materialmente, mientras que Dios completa la creación mediante la adición del alma. Por esta razón, Pablo VI enseña en la primera frase de la encíclica Humanae vitae, que la transmisión de la vida humana es un papel más serio en el que las personas casadas colaboran libre y responsablemente con el Dios Creador. Esta alianza divina, de acuerdo con Pablo VI, no permite decisiones humanas arbitrarias, que pueden limitar la providencia divina. El papa no pinta un cuadro excesivamente romántico del matrimonio: las relaciones conyugales son un motivo de gran alegría, pero también de dificultades y penas. La cuestión de la procreación humana supera, a juicio de Pablo VI, las disciplinas específicas como la biología, la psicología, la demografía o la sociología. La razón de esto, según Pablo VI, es que el amor conyugal tiene su origen en Dios, que «es amor». Desde esta dignidad básica, define su posición:“El amor es total, esa singular forma de amistad personal en la que marido y mujer comparten generosamente todo, sin permitir excepciones no-razonables y no pensando únicamente en su propia conveniencia. Quién realmente ama a su pareja, ama no sólo por lo que recibe, sino porque ama a la pareja, por el propio bien de esta, para poder enriquecer al otro con el don de sí mismo.” Humanae Vitae 8-9
|