Resumen:
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El reino de Dios incluye, en su misma razón de ser, la ex-tensión en el espacio y en el tiempo. La salvación o liberación obrada por Cristo ha de llegar a todos. La historia de salvación se prolonga en cada hombre por ministerio de los hombres enviados por Cristo. Cristo resucitado sigue presente en la Iglesia, continuando la misión recibida del Padre. Como el Señor, la Iglesia no realiza una misión inventada por ella misma ni variable según las diversas épocas y mentalidades sino que se atiene al encargo del Padre. La Iglesia es signo de Cristo y, por ello, sacramento de salvación para todo el género humano. Hay en su entraña una dinámica (la fuerza de la resurrección de Cristo) que la impulsa a hacer de toda la familia humana una familia de hijos de Dios. Y sí toda la Iglesia es «sacramento» o signo que transmite la salvación, todos los miembros de la Iglesia comparten esta responsabilidad de extender el reino. Este es el núcleo del que irradia este vibrante mensaje misionero de Juan Pablo II. Un mensaje que a todos nos urge, porque la misión de anunciar el reino «se halla todavía en sus comienzos ―nos dice el Papa― y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio... Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica».
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